

No era la primera vez que estaba en NY pero tampoco soy un conocedor de la ciudad de los rascacielos. Como siempre durante la gira, llegamos después de toda la noche volando desde Houston. Mientras medio dormidos entrábamos en la ciudad desde New Jersey, vimos el skyline de Manhattan sin las torres gemelas, iluminado por el sol que empezaba a salir. Es entonces cuando tomé conciencia que iríamos avanzando de sorpresa en sorpresa. Y es que la ciudad es única, los jugadores pudieron disfrutarla desde el piso alto de un autobús descubierto que los llevaba a la fiesta de Nike, bajo la lluvia, y los "mortales" desde el taxi que atravesaba la ciudad.
NY es sorprendente: te sorprende que identifiques perfectamente la ciudad que hemos visto en las películas americanas, el Empire, o el edificio Crhysler, los 30.000 taxis amarillos que desafían las normas de circulación más elementales, que los taxistas coman pizza o platos precocinados mientras conducen, que todo el mundo hable con el móvil aprovechando la mano libre que te dejan los coches automáticos, que salga vapor del suelo y de las cloacas, las incontables banderas barras y estrellas colgando de enormes mástiles en la 5ª i 6ª avenidas, dormir en el piso 44 de un hotel céntrico, las pantallas de televisión que hay dentro de los ascensores para hacer más interesante el trayecto mirando la CNN, que el buffet del desayuno tenga ya un apartado sólo para japoneses, que una larguísima limusina no sea mucho más cara que un taxi, que en las tiendas de productos de imitación en Chinatown la gente de color sean casi tan numerosos como los propiamente asiáticos, que la mejor tienda de fotografía cierre los sábados porque los propietarios son judíos ortodoxos, que en la zona cero no haya ninguna foto de los edificios en llamas, que la oficina de prensa de acreditaciones de la ONU sea más pequeña que el dormitorio de mi hijo Max, que en una ciudad con gente vestida tan estrafalariamente, las americanas del presidente en funciones del Barcelona Xavier Sala Martin hiciesen girar la cabeza a más de uno, que en las tiendas caras haya aún porteros uniformados para abrirte la puerta, que en los restaurantes una botella de vino esté casi fuera de nuestras posibilidades económicas, que realmente hay quien lleva las botellas de alcohol dentro de una bolsa de papel, que por 10 dólares puedas comprarte 5 camisetas con el famoso logo de I love (un corazón) NY, que puedas dar las gracias en castellano y que siempre alguien te contesta en la misma lengua, que el partido de fútbol, la gente llegue 5 o 6 horas antes y hagan un pícnic en el párking del estadio, que las estadísticas del partido digan que había 79.002 espectadores (fijaros, acabado en 2), 3 menos que el record absoluto de asistencia en este estadio en toda su historia, que los equipos norteamericanos de fútbol europeo sean tan malos y sobre todo que con la psicosis de seguridad que hay, que el Barça y todos nosotros pasásemos los controles de seguridad y pasaportes -con detector de metales portátil incluido- en un lado del vestuario del Giants Stadium donde se acababa de jugar el partido con los Red Bulls de NY y que fuésemos de allí, sin pasar por ninguna Terminal, directos a la escalera del avión para volver a Barcelona. Y es que New York es mucho New York, pero el Barça…
1 comentario:
21
Publicar un comentario