lunes, septiembre 04, 2006

Montecarlo



La penúltima parada de este largo agosto futbolístico fue Montecarlo. Y no es casualidad que desde hace algunos años la capital del Principado de Mónaco sea la sede de la Supercopa de Europa de fútbol. Para la UEFA tan dada a la opulencia, a las grandes reuniones sin excesivo contenido, rodeados de muchas azafatas, coches oficiales, uniformes, controladores y demás parafernalia, instalados en uno de los mejores hoteles delante de la playa, Montecarlo es ideal, ya que el Principado es sobre todo una gran fachada de lujo, de horterismo y sede de muchos de los nuevos ricos que pululan por Europa. Un país de no mucho más de dos millas cuadradas, en parte ganadas al mar, y atravesada por túneles, donde tan sólo viven 5.000 monegascos de los cerca de 30.000 habitantes censados, con más de 100 nacionalidades diferentes, de hombres y mujeres buscando un respiro de la presión de las haciendas de sus respectivos países. El GP de Formula 1 y la entrada de divisas mediante las exclusivas dadas a la prensa del corazón por la famosa familia Grimaldi son otras fuentes de riqueza más atípicas y curiosas. Lo más visitado todavía es el palacio del Príncipe Alberto, y los taxistas hablan de las curvas del circuito como si fuera su nombre real.

En los parkings de los hoteles o del casino puedes ver una sucesión de coches de lujo aparcados, Rolls, incontables Ferraris, Bentley, Jaguar, últimos modelos de Porsche, fotografiados por los turistas con menos poder adquisitivo que se trasladan con autocares y que empiezan ya a ser mayoría. No se entiende el despilfarro de vehículos en un país donde los embotellamientos son constantes y no se pueden alcanzar velocidades por encima de 40 o 50 kilómetros por hora. Los desplazamientos son tan cortos, desde las lujosas villas a los casinos o restaurantes, que los cientos de caballos de estos carísimos coches no tienen tiempo de despertar del todo

En el puerto de Hercules se dan cita los barcos privados más grandes y lujosos del Mediterráneo, llenos de marinos fregando los metales y cubiertas, mientras los propietarios toman copas en la popa, bien cerca del muelle donde se sienten admirados por los turistas, que mientras pasean miran con envidia la concentración mayor de yates por metro cuadrado del mundo.
Aquí es donde la Uefa se encuentra bien y realiza el sorteo de la Champions y el Partido de la Supercopa de Europa, en el Estadio Luis II donde no más de 18.000 espectadores pueden ver el partido, 5 o 6 veces por encima de los que se acercan los domingos a aplaudir al Mónaco de la primera división francesa. Si los equipos participantes en este match son italianos, españoles o países con tradición, habrá una buena entrada pero, si por el contrario, juegan formaciones de países del antiguo bloque del este, el campo queda medio vacío, a pesar de los cientos de empleados uniformados del organismo europeo que pululan por el campo con los pinganillos en la oreja sin saber muy bien su misión. Y en medio de todo eso, contra pronóstico, el Barça fue apaleado por el Sevilla. ¿Será que el lujo no les va a los culés?

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